¿Te acordás del campamento del Progreso Rowing Club? Fuimos a celebrar el último fin de semana de la colonia de vacaciones, el año en que cumplimos once. ¿Te acordás cuando el profe Miranda se enojó porque había carpas vacías? Cuando él se quedó dormido, los chicos más grandes propusieron jugar a las escondidas, pero alguien buchoneó y el profe salió a buscarnos. ¿Te acordás cuando vos me dijiste que no fuera y yo te grité miedosa de mierda? Después corrí detrás de Horacio y nos escondimos en un baño roto y clausurado. Horacio tenía dieciséis o diecisiete años y todas gustábamos de él. Todavía me acuerdo lo que llevaba puesto: bermudas de jeans y musculosa blanca al cuerpo, los hombros despelechados del sol y la nariz roja. Yo tenía una remera rosada y una pollera pantalón. Te había dicho que vinieras conmigo, que no iban a descubrirnos, que iba a ser divertido; pero vos insististe en que por la noche estaba prohibido salir del área de campamento y peor si éramos del grupo de los más chicos. Vos no querías que te retaran, y menos que te pusieran de penitencia como el año anterior, cuando nos metimos a la pileta fuera del horario del guardavidas. La cosa es que esa noche Horacio me agarró de la mano y me llevó al fondo del baño, con las luces apagadas y en silencio. ¿Te acordás de que después el profe Miranda me sacó de ahí de las orejas? Toda la colonia se rió. ¿Y te acordás de cuando me dijiste que me lo merecía? Fue justo después de que el profe Miranda llamó a mis papás para que fueran a buscarme. Yo estuve a punto de decirle que la culpa era de Horacio, pero el profe Miranda se me acercó y con el dedo índice en el aire me dijo: “no hay que provocar a los varones”. Yo ahí me quedé muda. Tal vez no te acuerdes cuando me dijiste que me lo merecía, pero yo sí. Me acuerdo patente porque esa noche Horacio me metió la mano debajo de la remera y me apretó tan fuerte las tetas que sentí que me iban a explotar. No te lo conté ni a vos, ni a mi mamá, ni a mi papá, ni a nadie, porque pensé que lo que me decías era cierto: me lo merecía por haberme escapado para jugar a las escondidas cuando yo sabía muy bien que eso no se podía hacer.