Textos Breves

Nunca pasa nada

Calles de tierra roja levantan un polvo que, suspendido en el aire, se confunde con la niebla. Un pequeño barrio de viviendas celestes, un tractor fuera de funcionamiento; gallinas, perros y caballos de ojos negros y cabellera marrón que pastan delicados y en silencio. Una casa de material sin terminar; junto a ella, un montículo de arena y ladrillos huecos. De una soga cuelgan sábanas, toallas, medias y ropa de toda una familia, telas que se balancean apenas por una brisa que cada tanto surge y se aplaca. Una orquesta de grillos, la cancha de fútbol iluminada por la luna llena de abril, el césped recién cortado y mojado de humedad. El croar de las ranas agazapadas en el zanjón, la casa de Doña Neli, un cartel de “hay hielo”, sillas de plástico apiladas y luces apagadas. En esta zona las casas tienen galerías frontales: de día se sacan silletas y se toma mate, pero ahora, ya de noche, son el refugio perfecto para tumbaolla sin hogar. Antenas de Directv, la fábrica, el rincón del curandero lleno de madera y hierros oxidados, la ferretería, los mosquitos.

De madrugada, Cerro Corá se divide entre los que se divierten en el Tinglado y los que duermen, aunque sucede que esta noche, fuera de la bailanta, alguien está despierto en la Comisaría. Se trata del Oficial Kurtz, un joven de veintitrés años recién recibido y trasladado al pueblo, que toma café y cabecea frente a un antiguo escritorio. Es su primera guardia, y si está solo es porque sus compañeros lo dejaron para que se ganara el derecho de piso, aunque también le aclararon que iba a aburrirse de tanto papar moscas, porque en Cerro Corá nunca pasa nada. 

Las paredes de la Comisaría están carcomidas por el moho. Se escucha una radio paraguaya de fondo, muy bajo, algo casi imperceptible. De repente suena el teléfono y Kurtz, sobresaltado, se vuelca el café en el uniforme. Sin decir nada levanta el tubo y escucha. Se lo ve tenso. Luego de cortar el teléfono, abre el cajón del escritorio, toma su placa, se acomoda la cachiporra y corre al patrullero. Con las manos aferradas al volante, observa el medidor de combustible, en rojo. Arranca el motor y, contra todo pronóstico, sale a la ruta hasta perderse en la niebla.

En la noche espesa y silenciosa, por primera vez en muchos años el Tinglado apagó la música antes del amanecer. Al llegar a la entrada Kurtz estaciona, y a través del parabrisas ve que la enfermera del pueblo intenta reanimar a una chica de quince o dieciséis años, con el labio partido y una herida en la frente; junto a ella, un chico se toca la nariz, torcida y sangrante. El Oficial saca un bloc de notas del bolsillo y ve que no trae lapicera; abre la guantera y toma una pequeña grabadora de voz analógica.

El medidor de combustible titila. Desde la oscuridad de los pastizales, un buey instala en el aire un grave berrido. Con las luces azules del patrullero que iluminan la escena, Kurtz apaga el motor y respira hondo.

 

Testimonio N°1 – Sta. Azucena del Río – Cassette Lado A

 

Yo le dije que no se metiera pero no me hizo caso y se metió. La pobrecita ligó un botellazo en la cara y, mire usté, le partió el labio. Egidio también le pegó un bife, o eso dicen, pero yo eso no lo vi porque justo me fui al baño, pero lo creo porque Egidio siempre fue mano suelta, aunque pegarle a Viviana justo cuando ella salta a defenderlo… Eso sí está mal, eso no se perdona, se condena. 

La riña empezó porque Egidio se metió con Analía, la de la peluquería de ahí a la vuelta de lo de Doña Neli, que anda a los besos con Salomón pero después dice que no son novios ni nada, así que bastante rapidita la peluquera… Rapidita y viva, porque cuando Egidio le gritó guampudo a Salomón, ella fue la primera en largarse a correr. Bomba de humo, vaya una a saber a dónde se fue… 

La gente armó un círculo y en el medio quedó Salomón, que se arremangó esa camisa blanca a rayitas celestes que lleva puesta y después tiró al aire la primera trompada, que le acertó a Egidio en la nariz pero el que se manchó la camisa fue el mismo Salomón, y eso sí que no sale, ya le digo yo, que si sabré de manchas… Si no la remojan ahora, alpiste, perdiste… Y con el lío que hay, yo no creo que vayan a llegar a tiempo… 

Yo quería ver la pelea, como todos, pero la verdad es que me hacía pis encima, así que salí. Como para el baño siempre hay cola, acostumbro a usar vestido, ¿sabe?, así que crucé la ruta y me bajé la bombacha… Dicen que fue ahí cuando la Viviana se metió a separarlos y gritaba: ¡paren, animales, que se van a matar!, ¡paren!, y mientras decía eso, ¡PUM!, un derechazo de Egidio la dejó estúpida, y después, ¡PUM!, un botellazo voló por el aire y le aterrizó en la cara. Viviana cayó y la cabeza le rebotó varias veces contra el cemento. Eso me dijeron, porque yo llegué justito después, con el patovica, pero bueno, los patovas siempre llegan cuando la mierda ya pasó…

 

Testimonio N°2 – Sr. Roberto Sánchez – Cassette Lado A

 

Estábamos meta baile con lo vago, meta vino y porquerías, cuando Salomón empujó a Egidio. Fue de puro caú, pero Egidio es de pocas pulgas y se la devolvió; ahí fue que Salomón se arremangó la camisa y de una piña le partió el tabique, como para que le quede claro. Carlos cortó la música pero lo vago, re loco, se pusieron a cantar “piña va, piña viene, los muchachos se entretienen…”.   

Viviana trató de meterse, que es lo que no hay que hacer: meterse. Egidio la agarró del brazo y se puso adelante pa defenderla, pero no va que justo revolean al aire una botella.

Pudo ser cualquiera, Analía, Viviana, la Negra, Axel, Betiana, Alejandro, Sabrina, el Juli, Esteban, Luciano, el Bichi, Marquitos, Kevin, el Enano… yo no sé quién fue, estaba oscuro. Como la guaina no reaccionaba, Salomón se asustó y dijo que no quería lastimarla…

 

Testimonio N°3 – Sta. Analía Horrisberger – Cassette Lado A

 

Disculpe, Señor Oficial, pero no puedo ayudarlo. Cuando empezó la riña me asusté porque eso nunca termina bien, pero ver no vi nada… Bueno, salvo cuando Azucena empujó a la pobrecita de Viviana al centro de la pista. Eso sí vi, se lo juro por mi abuela Tita, que en paz descanse… Y ojalá pudiera decirle más.

A Azucena, Viviana nunca le cayó bien, ¿sabía?

 

Testimonio N°4 – Sr. Egidio Méndez – Cassette Lado A

 

Yo estaba bailando de lo más tranquilo y de pronto me dieron un empujón que casi me caigo al piso. Así, sin más. ¿Qué iba a hacer? Me defendí. Igual Salomón será un guampudo de mierda, pero cobarde no es, ¿para qué le voy a mentir? Me pegó de frente, como un hombre. 

Vivi se metió a separarnos y ahí se pudrió todo… ¿Ya le avisaron a mi vieja? Se va a pegar alto julepe… Igual Viviana se va a recuperar, porque no fue grave ¿no? 

¿Cómo le voy a pegar a mi hermana? ¿Me toma el pelo?

Con Salomón íbamos a darnos mano a mano, como tiene que ser, pero ahí fue que un hijo puta tiró una botella.

Cuando sepa quién fue, le juro que lo mato.

Es que no entiendo por qué no me deja ir, si yo no tengo nada que ver. ¿No me ve la nariz rota o es ciego?

Yo a Vivi la amo, usté no sabe lo que es esa gurisa. De chiquitos parecíamos los dos mandados a hacer para las macanas… Una vez le robé el aire comprimido al viejo, tendría yo unos seis, siete años, pero me acuerdo como si fuera ayer. Le exploté los vidrios a la municipalidad, y el viejo cuando se enteró me dio con la guacha un buen rato. Fue Vivi la que lo hizo parar, me defendió, le dijo que era idea de ella… Eso para que vea lo bien que nos llevamos… Y a ella el viejo ni la tocó, es su debilidad, se muere por la Vivi… Cuando se entere se va a poner como loco, va a pensar que fue culpa mía… 

Le juro que yo solo vine a bailar, como todos los fines de semana, porque tampoco es que acá en el pueblo haya otra cosa para hacer… Yo no quería bardo, soy buen pibe… Le corto el pasto a Doña Neli, pregúntele por mí, dele, va a ver que solo tiene cosas buenas para decir… Y con Salomón nada, ya está… Ya vamos a arreglar las cosas pero entre nosotros, de hombre a hombre… 

¿Está bien Vivi?

¿Entonces fue culpa mía?

 

Testimonio N°5 – Sr. Salomón Pereira – Cassette Lado B

 

El que empezó todo fue Egidio, yo no hice nada… Bueno, sí, a él le pegué una piña, pero nada más. Defensa propia le dicen, ¿sabe?

Fui yo solo, anote eso. No había nadie conmigo, Alejandro no estaba.

¿Alejandro? Mi mejor amigo, el Pela le decimos, ¿no le conoce? Es el hijo del Intendente… 

No, eso no lo anote. No anote nada, si le digo que él no estaba. Creo que justo fue al baño. 

No, no sé de dónde vino el botellazo… Igual la Viviana ¿para qué se anda metiendo?

¿Qué es lo que anota?

Estoy tranquilo.

Sí, ahí fue cuando el Coki se abrió paso entre la gente y se llevó arrastrada a la Vivi. 

Ya sé lo que usted hace y está mal, porque yo soy menor y mis viejos no están. Además, no fue mi culpa, ya le dije, yo solo me la agarré con el Egidio.

Deje de anotar, le digo.

¿Usted sabe quién soy?

 

Testimonio N°6 – Sr. Carlos Skulimoski – Cassette Lado B

 

Son cosas de chicos, mejor no te metás.

La noche venía bien. A veces se pelean, sí, pero es normal, se chupan y se desconocen. Una vez se agarraron a machetazos, imaginate. Yo los separé como pude. A uno le tajearon la cara, pero no eran de acá… Acá es tranquilo, nunca pasa nada…

No, yo de Alejandro no hablo. 

Vos porque sos nuevo.

Igual los que se agarraron fueron Egidio y Salomón. Yo nunca los había visto así… Pero por una guaina uno pierde el marote… ¿Vos viste lo que está la Analía?

El personal de seguridad estaba en la puerta, debe haberse demorado en entrar nada más. Se llama Coki, buen pibe, es huérfano el pobre. A él no lo jodas.

Mirá… Oficial… ¿Kurtz dice? Acá tenemos todo en regla, si no, preguntale a Acosta.

Sí, ya sé que Acosta es el papá de Alejandro, pero también es el que maneja todo acá y el gurí no tuvo nada que ver.

Puede ser que le haya dado una propina al Coki, pero por ayudarle, si ese es un muerto de hambre… 

Ya te dije, son cosas de chicos, no te metás.

 

Testimonio N°6 – Sta. Betiana Tacone – Cassette Lado B

 

Soy amiga de Viviana, la mejor amiga, somos como primas, más que primas, como hermanas somos… Nos criamos juntas y sabemos todo una de la otra. 

Pasa que Viviana estaba saliendo con Alejandro pero le cortó y el imbécil no lo pudo soportar. Día y noche le mandaba mensajito. Se lo juro, le iba a buscar a la casa, la perseguía, si yo le ví. Aparte a mí Vivi me cuenta todo. 

La semana pasada él le dijo que más vale se arrepienta y vuelvan o la iba a pasar bien mal. Viviana se largó a llorar y él le dijo que no se olvide que ella era una mosquita muerta y que ni se le ocurra abrir el pico porque se arma, que su papá iba a ponerle a toda la familia de patitas en la calle y se iban a quedar sin nada…

Por eso Viviana no quería venir, pero como a mí me gusta Robertito la convencí… Así que sí, para mí lo de Alejandro fue planeado, seguro. Le pidió a Salomón que armara bardo como excusa, si Salomón siempre fue un pan de Dios… Y del Egidio ni te hablo, si no me enamoro de él es porque con Vivi hicimos un pacto: con los hermanos de la otra no… 

Yo le vi al Pela apuntarle a Vivi con la botella. Estaba como ido.

Igual por favor no diga que fui yo la que le contó.

 

Testimonio N°7 – Sta. Blanca Wall – Cassette Lado B

 

Yo no creo que anduvieran juntos. Si Alejandro puede elegir a la que quiera del pueblo, ¿por qué va a andar con la Viviana? Nada que ver… Igual lo ví tirar la botella, pero seguro le apuntó a Egidio.

Yo llamé a la Policía, sí. Viviana será lo que será, pero estaba inconsciente y con la cara toda reventada.

 

El Oficial Kurtz apaga la grabadora y se desabotona el cuello de la camisa. Está sentado en una sala de interrogatorios improvisada en el depósito del Tinglado. Un tubo frío ilumina el espacio. Hay cajas, botellas, sillas apiladas y una pequeña ventana rectangular con mosquitero. Las baldosas transpiran casi tanto como Kurtz, que se levanta y sale.

 

—Don Carlos —dice y pasea la mirada por el local—. ¿Alejandro…?

—Mejor no armar quilombo, ya te dije ya…

 

Un grupo de chicos espera en la puerta, y Kurtz se acerca decidido a preguntar:

 

—¿Dónde está Alejandro?

 

Nadie se anima a hablar, pero de entre la gente sale Betiana con la mirada gacha a decir:

 

—Perdón, Oficial, me equivoqué.

—¿Qué le pasa, señorita?

—Si me puede tomar declaración…

—¿De nuevo?

—Le mentí, por los nervios…

 

Se levanta un cuchicheo. Salomón, parado junto a Betiana, la toma del brazo; ella da un paso al frente justo cuando Acosta entra al Tinglado y se hace silencio. Carlos sale de atrás de la barra para saludar:

 

—Bienvenido, Intendente… 

 

Acosta mira a los chicos y les sonríe:

 

—Vamos para casa… Qué van a decir sus mamás, que andan yirando hasta quién sabe qué hora… Vamos.

 

Kurtz, confundido, se adelanta a cortarles el paso. Con voz temblorosa dice:

 

—No se pueden ir.

—¿Cómo que no, Oficial?

—Tengo que tomarles los datos, y su hijo tiene que acompañarme a la comisaría.

 

Acosta lo ignora y le repite a los chicos que vayan a sus casas. Los chicos agradecen y salen en fila, como soldados. Betiana mira al Oficial Kurtz con los ojos vidriosos, y después sigue a los demás. 

 

—A la chiquita esta ya la trasladé a Posadas… Todavía no se despertó, pero usted no se preocupe que los gastos están cubiertos, va a estar bien atendida… —Kurtz lo mira sin decir una palabra—, pobre guaina… qué culpa tiene de emborracharse hasta dársela contra el piso… Pero las chicas hoy en día no tienen educación, ¿vio? Con toda esta cosa de la libertad, los derechos y no sé qué cuento… La juventud está perdida… Pero para eso estamos nosotros, para arreglar las cosas.

 

Acosta le da al Oficial Kurtz una pequeña palmada en el hombro, pero de inmediato lo agarra con fuerza y le dice:

 

—La noche terminó… ¿Usted no está cansado, Oficial?

—Estoy bien.

—Es su primera guardia, ¿no?

—Sí.

—¿Y los muchachos le dejaron solo? Son bravos eh…

—Estoy bien.

—Mejor vaya a su casa, descanse… 

—Cuando termine —responde Kurtz y con eso Acosta suelta una carcajada.

—No se preocupe, hombre, que yo ya hablé con sus superiores…

 

Con la presión de la mano del Intendente sobre el hombro, Kurtz intenta echarse hacia atrás, pero Acosta lo sujeta.

 

—Son cosas de chicos, ¿sabe? 

 

Los ventiladores de techo están al máximo y aún así hace calor. Carlos repasa la barra con un trapo húmedo y roto. Sin soltar a Kurtz, Acosta se gira hacia él y pega un grito:

 

—¡Marche un trago acá para el Oficial!

 

Carlos prepara un vaso de ginebra con hielo, y con un gesto de cabeza Acosta invita al Oficial a sentarse. 

 

—No querrá hacer enojar al Comisario…

 

Kurtz mira al Intendente, y después obedece arrastrando los pies; se saca la placa del bolsillo y la apoya en la barra. Acosta saluda a Carlos con un fuerte apretón de manos y se retira. 

 

La luz de la mañana entra a través de los ventanales. Suena música gaúcha y el Oficial Kurtz ya duerme con la boca abierta mientras una mujer baldea sangre, vidrios rotos y mugre acumulada. 

 

 

 

*Cuento publicado en: El Arte de la violencia, Colección Transmedia Núm. 3

**El tercer número de la colección Laboratorio Transmedia (ISSN: 2794-0861) contiene trece relatos escritos durante el curso 2021/2022 por estudiantes del Máster universitario en Escritura Creativa de la Universidad Complutense de Madrid.

***Puedes descargar el libro completo y gratuito en el siguiente link: https://docta.ucm.es/entities/publication/154cb9dd-4c58-43c8-acef-a7385b67c1d9

 

Portada: Carlo Amado

Nosotros contra el tiempo

El clima de la semana auspicia una tormenta larga y las medidas del nuevo Presidente del INCAA una angustia devastadora. Nosotros tenemos en manos y corazones una película independiente, llena de exteriores noches, un plan de rodaje apretujado, ansiedad y mucha hambre de filmar. El lunes, el pronóstico abre una ventana entre las 18 y las 00hs. Decidimos arriesgarnos y confiar en esa bendita ventana que, al final, no se abre. Terminamos en la base, que es mi casa, un poco mojados, cenando tortillas y replanteando agendas. Jornada perdida, dinero perdido, ganas acumuladas. El escenario de crisis no ayuda, no da margen, no da respiro. Con Fede salimos al balcón, contemplamos la lluvia y nos preguntamos si hay que filmar o si hay que encadenarse en la sala de nuestro mítico Cine Gaumont (a mí me gustaría poder hacer las dos). El martes por la mañana leemos una nota optimista que Javier Diment publica en Página 12: “hay que filmar, sirve, hay que juntarse, desarrollar planes de lucha, hacer asambleas, seguir filmando, salir a la calle. Porque esta gente de mierda se va a ir, y nuestras películas que no ve nadie quedarán para siempre, y van a servir no solo para la resistencia, sino también para la reconstrucción”. Queremos creerle, necesitamos creerle. Prendo la televisión y en las noticias dicen que es el peor día de la semana: diez barrios sin luz, zonas inundadas, desamparo, y a la espera de casi 100mm de agua. Ahora sí, hay que suspender. Estamos a tiempo de reducir el impacto. Fede pasa el día en la sala de montaje, combate la ansiedad con proxys, pruebas y exports; yo con el plan de rodaje, muevo escenas, días, horarios. ¿Pudieron filmar?, qué cagada el clima, ¡no puede ser que tengan tanta mala leche!, pobres, ¿el rodaje sigue en pie? Un mensaje tras otro y otro y otro más… y así pasan las horas. De noche no puedo dormir. Me siento en el balcón a esperar a que llueva. Suspendimos la jornada, el pronóstico aseguró la tormenta final y ahora el cielo está oscuro pero quieto. ¿Acaso nos equivocamos otra vez? A las tres de la mañana, recién, se larga y me voy a la cama. Me despierto a las siete con bocinas y tránsito atascado. Preparo el mate, enciendo la computadora, hablo con Fede y todo vuelve a empezar. El tiempo contra nosotros o nosotros contra el tiempo. Hay crisis, hay dudas, hay obstáculos. No importa. A pesar de todo y contra todo, también hay una película por filmar. Que nadie lo olvide ni lo dude: siempre habrá una película por filmar.

 

Miércoles 13 de Marzo, Buenos Aires, Argentina.

 

*La película está escrita y dirigida por Federico Pozzi, protagonizada por él y Emilia Ickovic, y conformada por un hermoso equipo de trabajo.

**La nota a la que hace mención el texto, se llama “Optimismo” y fue publicada por Javier Diment el 9 de marzo, en el Diario Página 12.

Yo la pagué

Primero pensé: la hija de puta de María Laura me cambió la cerradura. Es cierto que hacía meses que no estábamos bien, ¿pero para tanto? Ella obsesionada con tener un crío, y yo con comprarme una lancha para ir con los muchachos a pescar al Yabebiry. No tengo mucho tiempo, insistió, y después corrió a lo de la madre con el cuento: que Juan Bautista ya no me quiere, que no sé qué hacer, que se la pasa trabajando, que no me toca, que prefiere la televisión, que a veces hasta me grita y mil cosas más que después la arpía de mi suegra vino a reclamarme. Tenía que haberlo imaginado el día en que desapareció mi cuchillo de asador. María Laura sabía que era mi preferido, y después se la agarró con la camiseta de Guaraní, y con el perfume, el álbum de fotos de mi viaje de egresados, la mermelada de grosella, la boina marrón, el mate de carpincho que traje de Corrientes… Pero lo más raro fue lo de los CDs, porque eso sí lo pensó. Yo los iba poniendo uno por uno en el equipo de música y sonaba otra cosa: Chau Mario Bofil, Chau Pastor Luna, Chau Los Alonsitos. Ahora sonaba Karina La Princesita, siempre la misma canción: mentiroso, corazón mentiroso, te vas a arrepentir, cuando esté con otro. Eso habrá sido idea de mi suegra, porque María Laura no tiene tanta imaginación. Y ahora acá estoy, como un idiota que no puede entrar a su propia casa, porque esta casa es mía, yo la pagué, todita la pagué con la plata que heredé después de que mis padres se mataran en la ruta. María Laura no puso ni un tenedor, porque en eso es igual a la madre, mantenida y amarreta, aunque María Laura al menos cocina bien. También falta el auto y el perro, pero seguro que con el perro muy lejos no va a llegar, que espere a tener que ponerle la pipeta, ahí nomás vuelve y me lo trae. En fin, ella quiere que lo deje todo por crío, porque las mujeres son así, todas iguales, y yo tendría que haberlo previsto, porque ni ella ni mi suegra son de fiar. Tendría que haberle hecho caso a Ceferino cuando me dijo no te cases, Juan Bautista, venite conmigo al Paraguay… pero yo le dije que no, que Dios manda hogar y esposa… Y acá me tenés, sin poder abrir la puerta, sin perro, sin auto, sin mujer, y con mi suegra que vino a decirme que me calme y vuelva a mi casa, que me dé una ducha y llame a alguien, que María Laura está de vacaciones en Florianópolis con el marido y que por favor pare, y ahora que me dijo pará, yo le digo por qué, señora, por qué, mientras se acercan unas luces azules intermitentes y suena una sirena.

Tres en Polonia

Vamos a pasear al perro, dice y un vaho se le escapa por la boca. Guantes, gorro, medias y adiós al aroma a café de después de comer. El parque alfombrado de blanco y los árboles secos. Ellos conversan y él, llamémosle Siła, va de acá para allá, con las patas sucias y cada vez más húmedas. Más tarde, y con la calefacción encendida, los tres sueñan bajo el mismo edredón.

Polonia. Canon AE-1. Kodak Portra 400.

Cambiar de Club

Recorro Chacarita hasta llegar a Paternal arriba de la línea 44, paso por la misma esquina de siempre, esa que tiene pintado un mural de Argentinos Juniors y que me hace acordar a mi papá. Cuando lo miro me pregunto cómo no soy del bicho, y me vuelvo loca intentando recordar el momento exacto en el que dije: papá, yo soy bostera… Pienso que tal vez fue culpa de mi madrina, o de sus hijos, o de mi tío Lucho, o de Franchesca… Mi papá dice que él tampoco se acuerda, que cuando yo estaba cerca de cumplir los ocho años un día lo senté y le dije: quiero un festejo azul y oro; y que desde entonces, él también se pregunta cuándo fue el momento exacto en el que me volví bostera. Para no contrariarme, y como soy la más chica y la más mimada, se tragó todos los peros y me hizo caso: un salón lleno de globos azul y oro, una torta azul y oro y muchos souvenirs azul y oro. Cuando terminó todo yo junté los paquetes envueltos en moños y en casa los abrí uno por uno en presencia de mi papá, que si bien no podía creer que los regalos también eran azul y oro, lo que en el fondo no podía entender era cómo todo el mundo sabía que yo era bostera y él recién se acababa de enterar. Ese año recibí: una alcancía azul y oro, una bufanda azul y oro, una gorra de lana azul y oro, un banderín azul y oro, una bombacha azul y oro, y una camiseta azul y oro que era imitación, pero que a mí no me importó porque igual nunca había tenido una camiseta y ahora por fin iba a poder ponérmela cuando visitara a mi tío Lucho; porque mamá sí está segura de quién tiene la culpa, mamá está segura que yo soy bostera por mi tío Lucho, tan segura que hasta lo jura por diosito y por toda la Bombonera… Y mientras pienso, me acuerdo del día en que Argentinos Juniors salió campeón, de cómo papá consiguió las entradas, de cómo invitó a mi primo que era gallina y del berrinche que hice para que me lleve a mí porque no podía entender que la mejor justificación que tenía era decirme que era mujer, y porque era mujer era mejor que no fuera a la cancha, porque era un partido importante y podía haber quilombo, y si había quilombo era mejor que fuera hombre y no mujer; pero yo lloré tanto que lo obligué a cambiar de opinión y no le quedó otra que decirle a mi primo que no, que no iba a poder llevarlo, que mejor lo dejaran para una próxima vez… Me acuerdo de la concentración en la plaza, de los bombos y los redoblantes, de los sándwiches de bondiola que paramos a comer, del buzo y de la camiseta y de las tres banderas que mi papá me mandó a comprar; del bondi quedándose sin nafta y del tipo alto con la cara pintada que decía que no había que preocuparse mientras nos indicaba cómo llegar. Me acuerdo de la hinchada alentando, de las bengalas y de los papelitos de colores, de cómo lloró papá después del primer gol, de su cara de emoción y de la voz cada vez más afónica de tanto gritar. Me acuerdo de cómo festejé mientras prendían fuego la popular de enfrente, de cuando pasamos por Chimborazo y vimos la casa de la infancia de papá, de cómo corrimos cuando empezamos a escuchar el calor de la gente y del momento en que aplaudimos juntos mientras los jugadores chocaban sus pechos contra el pasto del Estadio Diego Armando Maradona… Y cuando me acuerdo de ese día, me dan ganas de volver a la cancha a pedir que el Bichi Borghi no se vaya, pero entonces me acuerdo de cuando viajamos con mamá a Oberá a visitar a mis abuelos, de cuando sonó el teléfono y yo fui a atender porque era de siesta y estaban todos durmiendo. Me acuerdo que del otro lado me hablaba mi papá que estaba en el aeropuerto de Buenos Aires, y que ahí en el aeropuerto se había encontrado con alguien y me lo quería pasar para que hable, y cuando hablé una voz me dijo “soy Román, Román Riquelme” y yo me quedé callada porque no lo podía creer, y entonces Román me dijo que quería saber cuándo me había hecho fanática de Boca Juniors, y ahí me quedé callada otra vez, pero no porque no lo podía creer si no porque no me acuerdo del momento exacto en el que me volví bostera; pero de lo que sí me acuerdo es que una vez me disfracé de futbolista, y que hay una foto mía donde llevo puesta la camiseta mangas largas del Club Argentinos Juniors que era de papá… Y pienso que si quiero ahora puedo cambiar de equipo, y que si me preguntan puedo mentir que siempre fui del bicho… y si no me creen busco la foto y se las muestro…

 

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Cosa de hombres

Los viernes por la mañana voy a la laguna con mi hermano Eli a esperar que las aves desciendan. Nos hemos construido un pequeño escondrijo. Eli tiene un sexto sentido y una puntería que no puedo igualar, pero es tímido y no le gusta hablar. A mí, en cambio, me gusta tanto que podría contar la misma anécdota una y mil veces con tal de no estar en silencio, pero solo en silencio descienden las aves, y por eso no me queda otra que callar. Además, quiero ganarme la confianza de Eli así me deja tirar sin su permiso y sin que me rodee con los brazos para amortiguar la patada de la escopeta. De solo pensar en que podría dejar de querer llevarme a la laguna con él, siento escalofríos. Igual por la noche puedo hablar con mamá, que le gusta, y por eso me cuenta en detalle su día, desde que se despierta hasta que vuelve de trabajar. A esa hora Eli ya se durmió en el sofá con la televisión encendida. Mamá no sabe que vamos a cazar aves. Una vez me preguntó qué hacíamos en la laguna y yo le dije mojar las patas en el agua, nada más, lo normal. Ella opinó que así nos íbamos a secar de aburrimiento, pero con tal de que no hiciéramos travesuras, dijo, podíamos ir a la laguna todos los viernes que quisiéramos. La escopeta era de mi papá, y él mismo le enseñó a disparar a mi hermano. A mí no. Es cosa de hombres, me dijo cuando se lo pedí. Después de varias semanas internado por el cáncer, justo antes de morir, papá le dejó a Eli la escopeta como herencia. Eso mamá tampoco lo sabe. Ni siquiera sabe que papá la compró en la subasta del pueblo y que le enseñó a Eli a disparar. Mamá siempre estuvo en contra de las armas. Papá, en cambio, insistía en que un hombre debía saber tirar, y escondió la escopeta en el garaje, detrás de la cortadora de césped. Este viernes estoy decidida a hacerlo sola, porque ya es hora de que pueda cazar un ave por mi cuenta, pero cuando llega el momento Eli no quiere, así que forcejeamos, la escopeta se dispara y mi hermano cae al piso. Las aves levantan vuelo y escapan al cielo. Con mi hermano muerto, la laguna vacía y en silencio.

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*Las primeras líneas de este ejercicio se corresponden a Los gansos salvajes, de Louise Erdrich.

Prohibido salir del área de campamento

¿Te acordás del campamento del Progreso Rowing Club? Fuimos a celebrar el último fin de semana de la colonia de vacaciones, el año en que cumplimos once. ¿Te acordás cuando el profe Miranda se enojó porque había carpas vacías? Cuando él se quedó dormido, los chicos más grandes propusieron jugar a las escondidas, pero alguien buchoneó y el profe salió a buscarnos. ¿Te acordás cuando vos me dijiste que no fuera y yo te grité miedosa de mierda? Después corrí detrás de Horacio y nos escondimos en un baño roto y clausurado. Horacio tenía dieciséis o diecisiete años y todas gustábamos de él. Todavía me acuerdo lo que llevaba puesto: bermudas de jeans y musculosa blanca al cuerpo, los hombros despelechados del sol y la nariz roja. Yo tenía una remera rosada y una pollera pantalón. Te había dicho que vinieras conmigo, que no iban a descubrirnos, que iba a ser divertido; pero vos insististe en que por la noche estaba prohibido salir del área de campamento y peor si éramos del grupo de los más chicos. Vos no querías que te retaran, y menos que te pusieran de penitencia como el año anterior, cuando nos metimos a la pileta fuera del horario del guardavidas. La cosa es que esa noche Horacio me agarró de la mano y me llevó al fondo del baño, con las luces apagadas y en silencio. ¿Te acordás de que después el profe Miranda me sacó de ahí de las orejas? Toda la colonia se rió. ¿Y te acordás de cuando me dijiste que me lo merecía? Fue justo después de que el profe Miranda llamó a mis papás para que fueran a buscarme. Yo estuve a punto de decirle que la culpa era de Horacio, pero el profe Miranda se me acercó y con el dedo índice en el aire me dijo: “no hay que provocar a los varones”. Yo ahí me quedé muda. Tal vez no te acuerdes cuando me dijiste que me lo merecía, pero yo sí. Me acuerdo patente porque esa noche Horacio me metió la mano debajo de la remera y me apretó tan fuerte las tetas que sentí que me iban a explotar. No te lo conté ni a vos, ni a mi mamá, ni a mi papá, ni a nadie, porque pensé que lo que me decías era cierto: me lo merecía por haberme escapado para jugar a las escondidas cuando yo sabía muy bien que eso no se podía hacer.

Justicia y venganza

En una mañana de sol y primavera, Betsabé en la terraza, mojaba su cuerpo desnudo. Su marido se había marchado junto al ejército hacía dos semanas, y por primera vez, ella no sentía miedo. Al contrario, el calor y el agua le provocaban un dulce goce. No pensaba en nada más cuando el Rey David irrumpió en su casa. Ella intentó cubrirse con una toalla, pero no hizo a tiempo, ya que el Rey David se la arrancó de las manos, le tapó la boca y la ultrajó mientras sus servidores, silenciosos, custodiaban escalera y puertas. Betsabé intentó resistirse pero fue en vano: el musculoso cuerpo del Rey David pesaba tanto que la inmovilizó. Miró al cielo y vió un pequeño pájaro que volaba lento y en círculos. Lo siguió con la vista aún cuando el Rey se apartó de su cuerpo y se marchó junto a sus servidores, con pasos al unísono. Betsabé miró el pájaro sin pestañear durante varios minutos más hasta que el cielo quedó vacío. Al fin, se vistió y bajó a dormir.

Pasaron los meses, y el marido de Betsabé nunca volvió. Algunos dicen que cayó en combate, otros que el Rey David lo mandó a matar. A Betsabé empezó a crecerle el vientre, que lo ocultó bajo un suave y holgado camisón. Desde aquella mañana de sol y primavera en que el Rey David la había ultrajado, Betsabé pasaba los días en casa y en silencio. Cuando ya empezaba a recuperar la calma, el Rey volvió a buscarla, introdujo la mano bajo la tela del camisón, y al descubrir el hijo que ella esperaba, desató su cólera. Los servidores tomaron a Betsabé de los brazos y se la llevaron. La mujer gritó, lloró, escupió, imploró. El cielo se puso tan oscuro que de haber estado cubierto de pájaros hubiese sido imposible distinguirlos.

Arrastrada y arrancada de su casa, Betsabé regresó recién dos semanas después, pálida y con el vientre plano. Encendió una vela a Dios y rezó durante siete días seguidos, en ayunas y sin descanso, para pedir al cielo justicia y venganza.

La noche siguiente, Yahveh se apareció en sueños ante el Rey David y le advirtió con firmeza: “Haré que de tu propia casa se alce el mal contra tí. Tomaré tus servidores ante tus ojos y los haré caer uno a uno. Te quedarás solo, puesto que tú has obrado en contra de mi palabra. Un ejército de mujeres entrará en tu reino y hará de tí cenizas”. El Rey despertó en pánico, tomó su espada y salió de sus aposentos para encontrarse con que sus servidores yacían muertos en un suelo regado de sangre. Todas las mujeres de Israel lo miraban fijo y en silencio. Betsabé, entre ellas, tenía los ojos negros y las pupilas dilatadas. Cuando la mujer dio un paso al frente, El Rey David soltó su espada y cayó de rodillas.

Fue entonces que un pequeño pájaro entró por la ventana y se posó en el hombro de Betsabé.

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*Reversión del texto bíblico David y Betsabé (Antiguo Testamento, Segundo libro de Samuel, 11:1 a 12:25)

Betsabé en el baño. GIORDANO, LUCA. Copyright de la imagen © Museo Nacional del Prado

La mancha de humedad

Un volcán en erupción. La lava recorre las calles y se lleva puestas las casas, aunque tal vez sean sólo árboles, no lo sé. Hay un pez grande, oscuro y con escamas prominentes; una mariposa, quizá, y un zorro al que sólo se le ve el rostro. A la izquierda, las rocas y el musgo me recuerdan a Las Grutas de Río Negro donde íbamos de vacaciones con los abuelos; a la derecha una vía láctea, eso seguro, no puede ser otra cosa, se ve clarito, bordea la zona y va a desembocar a un agujero negro. El otro día leí en una enciclopedia que los agujeros negros son los restos fríos de antiguas estrellas, tan densas que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, podría escapar a su fuerza gravitatoria. Lo repetí tantas veces que lo memoricé. Es igualito a la ilustración del libro, y por eso sé que es un agujero negro. ¿Y si me acerco a ver qué pasa? No, mejor no, me da un poco de miedo, mirá si me chupa y no puedo salir. Soy fuerte, sí, aunque papá piense que no, yo soy fuerte, pero no sé si tanto como para ganarle a un agujero negro, y si me chupa ya no va a haber más tostadas con manteca y azúcar, ni milanesas con puré, ni paseos por la costanera, ni casa en el árbol, ni bombuchas en carnaval, ni frambuesas con chocolate… y la vida sin eso no tiene sentido, y menos porque justo mañana voy a visitar a la abuela que me cocina isla flotante, mi postre preferido, así que mejor me quedo acostada, así quietita como estoy, como me enseñó papá, como una estatua, sin hablar, sin parpadear, casi sin respirar, con la mirada fija en el agujero negro al que mamá llama mancha de humedad.

Un héroe anónimo

Hace un tiempo mis papás intentan convencerme de varias formas para que fuera al pueblo, pero yo siempre no puedo, mamá, tengo que trabajar, papá, nunca hay señal, mamá, y el internet funciona para el orto. Durante un mes seguido me desperté con un audio de pajaritos grabados por mi mamá, y llegué a sospechar que era el mismo audio reenviado una y otra vez. También llegué a odiar a los pajaritos y me imaginaba al bajarlos de los árboles con un rifle de aire comprimido. La semana pasada, hubo tormenta y el río que pasa por el pueblo estaba alto y correntoso, así que arrastró los restos de un caballo muerto. De eso mi mamá me mandó varios videos: plano general del caballo en el agua, primer plano de las costillas del caballo, plano medio de un canoero al sacar el caballo del agua, plano detalle de la mano con tres dedos del canoero y un zoom a la carne podrida del caballo, seguro carcomida por los mismos inocentes pajaritos que a mi mamá tanto le gusta grabar. Me dio tanto asco que vomité los ravioles que almorzaba. También me enojé por haber gastado el poco efectivo que tenía en las pastas de la nona para que al final terminaran así. Una vez recuperada, agarré mi celular. Al canoero en el pueblo nadie lo conoce pero ahora es un héroe, un héroe anónimo que se llevó el olor a muerte y desapareció, eso me dijo mi mamá y entonces la bloqueé.

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#4

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