Primero pensé: la hija de puta de María Laura me cambió la cerradura. Es cierto que hacía meses que no estábamos bien, ¿pero para tanto? Ella obsesionada con tener un crío, y yo con comprarme una lancha para ir con los muchachos a pescar al Yabebiry. No tengo mucho tiempo, insistió, y después corrió a lo de la madre con el cuento: que Juan Bautista ya no me quiere, que no sé qué hacer, que se la pasa trabajando, que no me toca, que prefiere la televisión, que a veces hasta me grita y mil cosas más que después la arpía de mi suegra vino a reclamarme. Tenía que haberlo imaginado el día en que desapareció mi cuchillo de asador. María Laura sabía que era mi preferido, y después se la agarró con la camiseta de Guaraní, y con el perfume, el álbum de fotos de mi viaje de egresados, la mermelada de grosella, la boina marrón, el mate de carpincho que traje de Corrientes… Pero lo más raro fue lo de los CDs, porque eso sí lo pensó. Yo los iba poniendo uno por uno en el equipo de música y sonaba otra cosa: Chau Mario Bofil, Chau Pastor Luna, Chau Los Alonsitos. Ahora sonaba Karina La Princesita, siempre la misma canción: mentiroso, corazón mentiroso, te vas a arrepentir, cuando esté con otro. Eso habrá sido idea de mi suegra, porque María Laura no tiene tanta imaginación. Y ahora acá estoy, como un idiota que no puede entrar a su propia casa, porque esta casa es mía, yo la pagué, todita la pagué con la plata que heredé después de que mis padres se mataran en la ruta. María Laura no puso ni un tenedor, porque en eso es igual a la madre, mantenida y amarreta, aunque María Laura al menos cocina bien. También falta el auto y el perro, pero seguro que con el perro muy lejos no va a llegar, que espere a tener que ponerle la pipeta, ahí nomás vuelve y me lo trae. En fin, ella quiere que lo deje todo por crío, porque las mujeres son así, todas iguales, y yo tendría que haberlo previsto, porque ni ella ni mi suegra son de fiar. Tendría que haberle hecho caso a Ceferino cuando me dijo no te cases, Juan Bautista, venite conmigo al Paraguay… pero yo le dije que no, que Dios manda hogar y esposa… Y acá me tenés, sin poder abrir la puerta, sin perro, sin auto, sin mujer, y con mi suegra que vino a decirme que me calme y vuelva a mi casa, que me dé una ducha y llame a alguien, que María Laura está de vacaciones en Florianópolis con el marido y que por favor pare, y ahora que me dijo pará, yo le digo por qué, señora, por qué, mientras se acercan unas luces azules intermitentes y suena una sirena.