Textos

#6

No sé cómo romper la angustia,

encontrarle una grieta y

dejar de morir cada noche,

otra vez.

Domingo 30 de Mayo, 2022.

Caminé un largo rato hasta llegar al puerto. Me senté a pocos metros de un chico que cantaba flamenco bajo la sombra de un árbol. A su lado, un perro negro azabache con un pañuelo rojo al cuello. Los miré y el perro corrió hacia mí para que lo acariciara. Me di cuenta de que le faltaba una oreja. Dos turistas se pararon frente al músico, sonrieron, tomaron algunas fotos, se susurraron algo al oído, y después, en un español difícil de entender, le pidieron que tocara una canción. Deben haberla traducido en el móvil porque se lo acercaron para que lo leyera. “Esa no me la sé”, respondió el chico con una sonrisa. Los turistas, que antes disfrutaban del espectáculo callejero, ahora se marchaban desilusionados. El perro se alejó de mí y empezó a ladrarles. Intercambié una mirada cómplice con el músico que volvió a rasgar la guitarra.

Hacía calor y las gaviotas custodiaban el mar.

Puerto de Barcelona. Canon AE-1. Kodak Color 200.

Un recuerdo a punto de devorarme

El paisaje viaja a gran velocidad a través de la ventanilla empañada. No alcanzo a congelar la flor en la retina, ni en la memoria, ni en la palabra. Vuelvo a la casa de la Ruta 213. Tengo los pies embarrados y las manos de arcilla. Después, lloro como esos chaparrones de verano. No quiero dormir en casa de Pipi. El marido de Pipi me mira y yo lo miro a través del vidrio trasero del Citroën blanco de mamá. Tengo los pies fríos y las manos de tinta.

Cambiar de Club

Recorro Chacarita hasta llegar a Paternal arriba de la línea 44, paso por la misma esquina de siempre, esa que tiene pintado un mural de Argentinos Juniors y que me hace acordar a mi papá. Cuando lo miro me pregunto cómo no soy del bicho, y me vuelvo loca intentando recordar el momento exacto en el que dije: papá, yo soy bostera… Pienso que tal vez fue culpa de mi madrina, o de sus hijos, o de mi tío Lucho, o de Franchesca… Mi papá dice que él tampoco se acuerda, que cuando yo estaba cerca de cumplir los ocho años un día lo senté y le dije: quiero un festejo azul y oro; y que desde entonces, él también se pregunta cuándo fue el momento exacto en el que me volví bostera. Para no contrariarme, y como soy la más chica y la más mimada, se tragó todos los peros y me hizo caso: un salón lleno de globos azul y oro, una torta azul y oro y muchos souvenirs azul y oro. Cuando terminó todo yo junté los paquetes envueltos en moños y en casa los abrí uno por uno en presencia de mi papá, que si bien no podía creer que los regalos también eran azul y oro, lo que en el fondo no podía entender era cómo todo el mundo sabía que yo era bostera y él recién se acababa de enterar. Ese año recibí: una alcancía azul y oro, una bufanda azul y oro, una gorra de lana azul y oro, un banderín azul y oro, una bombacha azul y oro, y una camiseta azul y oro que era imitación, pero que a mí no me importó porque igual nunca había tenido una camiseta y ahora por fin iba a poder ponérmela cuando visitara a mi tío Lucho; porque mamá sí está segura de quién tiene la culpa, mamá está segura que yo soy bostera por mi tío Lucho, tan segura que hasta lo jura por diosito y por toda la Bombonera… Y mientras pienso, me acuerdo del día en que Argentinos Juniors salió campeón, de cómo papá consiguió las entradas, de cómo invitó a mi primo que era gallina y del berrinche que hice para que me lleve a mí porque no podía entender que la mejor justificación que tenía era decirme que era mujer, y porque era mujer era mejor que no fuera a la cancha, porque era un partido importante y podía haber quilombo, y si había quilombo era mejor que fuera hombre y no mujer; pero yo lloré tanto que lo obligué a cambiar de opinión y no le quedó otra que decirle a mi primo que no, que no iba a poder llevarlo, que mejor lo dejaran para una próxima vez… Me acuerdo de la concentración en la plaza, de los bombos y los redoblantes, de los sándwiches de bondiola que paramos a comer, del buzo y de la camiseta y de las tres banderas que mi papá me mandó a comprar; del bondi quedándose sin nafta y del tipo alto con la cara pintada que decía que no había que preocuparse mientras nos indicaba cómo llegar. Me acuerdo de la hinchada alentando, de las bengalas y de los papelitos de colores, de cómo lloró papá después del primer gol, de su cara de emoción y de la voz cada vez más afónica de tanto gritar. Me acuerdo de cómo festejé mientras prendían fuego la popular de enfrente, de cuando pasamos por Chimborazo y vimos la casa de la infancia de papá, de cómo corrimos cuando empezamos a escuchar el calor de la gente y del momento en que aplaudimos juntos mientras los jugadores chocaban sus pechos contra el pasto del Estadio Diego Armando Maradona… Y cuando me acuerdo de ese día, me dan ganas de volver a la cancha a pedir que el Bichi Borghi no se vaya, pero entonces me acuerdo de cuando viajamos con mamá a Oberá a visitar a mis abuelos, de cuando sonó el teléfono y yo fui a atender porque era de siesta y estaban todos durmiendo. Me acuerdo que del otro lado me hablaba mi papá que estaba en el aeropuerto de Buenos Aires, y que ahí en el aeropuerto se había encontrado con alguien y me lo quería pasar para que hable, y cuando hablé una voz me dijo “soy Román, Román Riquelme” y yo me quedé callada porque no lo podía creer, y entonces Román me dijo que quería saber cuándo me había hecho fanática de Boca Juniors, y ahí me quedé callada otra vez, pero no porque no lo podía creer si no porque no me acuerdo del momento exacto en el que me volví bostera; pero de lo que sí me acuerdo es que una vez me disfracé de futbolista, y que hay una foto mía donde llevo puesta la camiseta mangas largas del Club Argentinos Juniors que era de papá… Y pienso que si quiero ahora puedo cambiar de equipo, y que si me preguntan puedo mentir que siempre fui del bicho… y si no me creen busco la foto y se las muestro…

 

.

 

#5

Mientras espero

el fin de la hostilidad,

partículas de fuego

flotan en el aire.

Nana para Irupé

Duérmete niña

Que la luna es un trampolín

Y en ríos de leche tibia

Serás sirena o delfín.

.

#4

El cuerpo permanece enterrado

en el corazón de un desierto,

y yo agito los dedos al silencio.

Cosa de hombres

Los viernes por la mañana voy a la laguna con mi hermano Eli a esperar que las aves desciendan. Nos hemos construido un pequeño escondrijo. Eli tiene un sexto sentido y una puntería que no puedo igualar, pero es tímido y no le gusta hablar. A mí, en cambio, me gusta tanto que podría contar la misma anécdota una y mil veces con tal de no estar en silencio, pero solo en silencio descienden las aves, y por eso no me queda otra que callar. Además, quiero ganarme la confianza de Eli así me deja tirar sin su permiso y sin que me rodee con los brazos para amortiguar la patada de la escopeta. De solo pensar en que podría dejar de querer llevarme a la laguna con él, siento escalofríos. Igual por la noche puedo hablar con mamá, que le gusta, y por eso me cuenta en detalle su día, desde que se despierta hasta que vuelve de trabajar. A esa hora Eli ya se durmió en el sofá con la televisión encendida. Mamá no sabe que vamos a cazar aves. Una vez me preguntó qué hacíamos en la laguna y yo le dije mojar las patas en el agua, nada más, lo normal. Ella opinó que así nos íbamos a secar de aburrimiento, pero con tal de que no hiciéramos travesuras, dijo, podíamos ir a la laguna todos los viernes que quisiéramos. La escopeta era de mi papá, y él mismo le enseñó a disparar a mi hermano. A mí no. Es cosa de hombres, me dijo cuando se lo pedí. Después de varias semanas internado por el cáncer, justo antes de morir, papá le dejó a Eli la escopeta como herencia. Eso mamá tampoco lo sabe. Ni siquiera sabe que papá la compró en la subasta del pueblo y que le enseñó a Eli a disparar. Mamá siempre estuvo en contra de las armas. Papá, en cambio, insistía en que un hombre debía saber tirar, y escondió la escopeta en el garaje, detrás de la cortadora de césped. Este viernes estoy decidida a hacerlo sola, porque ya es hora de que pueda cazar un ave por mi cuenta, pero cuando llega el momento Eli no quiere, así que forcejeamos, la escopeta se dispara y mi hermano cae al piso. Las aves levantan vuelo y escapan al cielo. Con mi hermano muerto, la laguna vacía y en silencio.

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*Las primeras líneas de este ejercicio se corresponden a Los gansos salvajes, de Louise Erdrich.

Prohibido salir del área de campamento

¿Te acordás del campamento del Progreso Rowing Club? Fuimos a celebrar el último fin de semana de la colonia de vacaciones, el año en que cumplimos once. ¿Te acordás cuando el profe Miranda se enojó porque había carpas vacías? Cuando él se quedó dormido, los chicos más grandes propusieron jugar a las escondidas, pero alguien buchoneó y el profe salió a buscarnos. ¿Te acordás cuando vos me dijiste que no fuera y yo te grité miedosa de mierda? Después corrí detrás de Horacio y nos escondimos en un baño roto y clausurado. Horacio tenía dieciséis o diecisiete años y todas gustábamos de él. Todavía me acuerdo lo que llevaba puesto: bermudas de jeans y musculosa blanca al cuerpo, los hombros despelechados del sol y la nariz roja. Yo tenía una remera rosada y una pollera pantalón. Te había dicho que vinieras conmigo, que no iban a descubrirnos, que iba a ser divertido; pero vos insististe en que por la noche estaba prohibido salir del área de campamento y peor si éramos del grupo de los más chicos. Vos no querías que te retaran, y menos que te pusieran de penitencia como el año anterior, cuando nos metimos a la pileta fuera del horario del guardavidas. La cosa es que esa noche Horacio me agarró de la mano y me llevó al fondo del baño, con las luces apagadas y en silencio. ¿Te acordás de que después el profe Miranda me sacó de ahí de las orejas? Toda la colonia se rió. ¿Y te acordás de cuando me dijiste que me lo merecía? Fue justo después de que el profe Miranda llamó a mis papás para que fueran a buscarme. Yo estuve a punto de decirle que la culpa era de Horacio, pero el profe Miranda se me acercó y con el dedo índice en el aire me dijo: “no hay que provocar a los varones”. Yo ahí me quedé muda. Tal vez no te acuerdes cuando me dijiste que me lo merecía, pero yo sí. Me acuerdo patente porque esa noche Horacio me metió la mano debajo de la remera y me apretó tan fuerte las tetas que sentí que me iban a explotar. No te lo conté ni a vos, ni a mi mamá, ni a mi papá, ni a nadie, porque pensé que lo que me decías era cierto: me lo merecía por haberme escapado para jugar a las escondidas cuando yo sabía muy bien que eso no se podía hacer.

Justicia y venganza

En una mañana de sol y primavera, Betsabé en la terraza, mojaba su cuerpo desnudo. Su marido se había marchado junto al ejército hacía dos semanas, y por primera vez, ella no sentía miedo. Al contrario, el calor y el agua le provocaban un dulce goce. No pensaba en nada más cuando el Rey David irrumpió en su casa. Ella intentó cubrirse con una toalla, pero no hizo a tiempo, ya que el Rey David se la arrancó de las manos, le tapó la boca y la ultrajó mientras sus servidores, silenciosos, custodiaban escalera y puertas. Betsabé intentó resistirse pero fue en vano: el musculoso cuerpo del Rey David pesaba tanto que la inmovilizó. Miró al cielo y vió un pequeño pájaro que volaba lento y en círculos. Lo siguió con la vista aún cuando el Rey se apartó de su cuerpo y se marchó junto a sus servidores, con pasos al unísono. Betsabé miró el pájaro sin pestañear durante varios minutos más hasta que el cielo quedó vacío. Al fin, se vistió y bajó a dormir.

Pasaron los meses, y el marido de Betsabé nunca volvió. Algunos dicen que cayó en combate, otros que el Rey David lo mandó a matar. A Betsabé empezó a crecerle el vientre, que lo ocultó bajo un suave y holgado camisón. Desde aquella mañana de sol y primavera en que el Rey David la había ultrajado, Betsabé pasaba los días en casa y en silencio. Cuando ya empezaba a recuperar la calma, el Rey volvió a buscarla, introdujo la mano bajo la tela del camisón, y al descubrir el hijo que ella esperaba, desató su cólera. Los servidores tomaron a Betsabé de los brazos y se la llevaron. La mujer gritó, lloró, escupió, imploró. El cielo se puso tan oscuro que de haber estado cubierto de pájaros hubiese sido imposible distinguirlos.

Arrastrada y arrancada de su casa, Betsabé regresó recién dos semanas después, pálida y con el vientre plano. Encendió una vela a Dios y rezó durante siete días seguidos, en ayunas y sin descanso, para pedir al cielo justicia y venganza.

La noche siguiente, Yahveh se apareció en sueños ante el Rey David y le advirtió con firmeza: “Haré que de tu propia casa se alce el mal contra tí. Tomaré tus servidores ante tus ojos y los haré caer uno a uno. Te quedarás solo, puesto que tú has obrado en contra de mi palabra. Un ejército de mujeres entrará en tu reino y hará de tí cenizas”. El Rey despertó en pánico, tomó su espada y salió de sus aposentos para encontrarse con que sus servidores yacían muertos en un suelo regado de sangre. Todas las mujeres de Israel lo miraban fijo y en silencio. Betsabé, entre ellas, tenía los ojos negros y las pupilas dilatadas. Cuando la mujer dio un paso al frente, El Rey David soltó su espada y cayó de rodillas.

Fue entonces que un pequeño pájaro entró por la ventana y se posó en el hombro de Betsabé.

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*Reversión del texto bíblico David y Betsabé (Antiguo Testamento, Segundo libro de Samuel, 11:1 a 12:25)

Betsabé en el baño. GIORDANO, LUCA. Copyright de la imagen © Museo Nacional del Prado

#6

No sé cómo romper la angustia, encontrarle una grieta y dejar de morir cada noche, otra vez.

Caminé un largo rato hasta llegar al puerto. Me senté a pocos metros de un chico que cantaba flamenco bajo la sombra …

El paisaje viaja a gran velocidad a través de la ventanilla empañada. No alcanzo a congelar la flor en la retina, ni …

Recorro Chacarita hasta llegar a Paternal arriba de la línea 44, paso por la misma esquina de siempre, esa que tiene pintado …

#5

Mientras espero el fin de la hostilidad, partículas de fuego flotan en el aire.

Nana para Irupé

Duérmete niña Que la luna es un trampolín Y en ríos de leche tibia Serás sirena o delfín. .

#4

El cuerpo permanece enterrado en el corazón de un desierto, y yo agito los dedos al silencio.

Cosa de hombres

Los viernes por la mañana voy a la laguna con mi hermano Eli a esperar que las aves desciendan. Nos hemos construido …

¿Te acordás del campamento del Progreso Rowing Club? Fuimos a celebrar el último fin de semana de la colonia de vacaciones, el …

Justicia y venganza

En una mañana de sol y primavera, Betsabé en la terraza, mojaba su cuerpo desnudo. Su marido se había marchado junto al …

#3

Buscar la soga en la pluma. Si la pluma arde buscarla en la palabra de alguien que también esté solo.

Un volcán en erupción. La lava recorre las calles y se lleva puestas las casas, aunque tal vez sean sólo árboles, no …

#2

Te acuno en el vientre mientras duermo.

Ñangapirí

Hija de mi árbol de Pitanga, sobreviviente de climas kilómetros sueños rotos, ahora se eleva al sol y ensancha sus pequeñas ramas. …

Hace un tiempo mis papás intentan convencerme de varias formas para que fuera al pueblo, pero yo siempre no puedo, mamá, tengo …

Karaoke

Era de noche y habíamos quedado en encontrarnos con un grupo de chicos que nos invitó a salir. En verdad, uno de …

La Negra de esa noche no recuerda mucho. Trató de reconstruirla con imágenes borrosas y con los dichos de sus amigas, de …

Insomnio

Después de tragar la pastilla para dormir que el médico le recetó, Pina se acostó en la cama a esperar que pasaran …

#1

En ausencia de mí, me he encontrado.