Me tomé un tren sin saber a dónde iba. Llevé una mochila y un libro. Me senté del lado de la ventanilla y mientras el paisaje volaba, pude divisar un venado. Caminé sin rumbo. Compré dos mandarinas y un plátano. Se desdibujó la zona urbanizada, abrí un portón y entré. Mugidos cercanos. Un refugio, silencio. Abrí la mochila y saqué un termo con té de jengibre, limón y miel; un tapper de chipitas caseras que horneé antes de salir y un repasador manchado con lavandina. Dejé pasar el tiempo. Me encontré en el reflejo aguado de piedras y cielo. Húmedos los ojos, en pena la garganta. La tarde se puso fría. Quise volver, o no, lo hice por inercia, por obligación. Un niño manejaba un avión a control remoto. Zigzagueo frenético en el aire gris. Hubo un ruido, después vacío. El avión estrellado. Segundos más tarde, hundido.

Alpedetre, Enero 2023

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