Esa excursión la hicimos en una combi que paraba cada dos o tres horas para ir al baño y tomar café. Me tocó sentarme al lado de la ventanilla y mi papá dijo “el mejor lugar para disfrutar del paisaje”. A él le había tocado en el medio y estaba enojado porque además de perderse la vista, su metro noventa y algo iba apretado y encorvado. A mi no me hacía falta nada más que recostar la cabeza contra el cristal y dejar caer los párpados para desaparecer hasta la próxima parada. Le hubiera cambiado de asiento pero él dijo que no, quería estar al lado de mamá. Esos meses dormí mucho, a cualquier hora, en cualquier sitio, sin importar las rutas, la buena educación y las oportunidades perdidas. Tiempo después, una librera me recomendó que leyera “Yo maté un perro en Rumanía” y me pareció que el libro había sido escrito para mí.
Marruecos, Marzo 2023
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