Daiana llevaba siempre los colores del invierno berlinés. Una noche hacía mucho frío, estaba oscuro y casi no había alumbrado público. Daiana manejaba y yo me abrazaba a su cintura. Me acuerdo que cerré los ojos y sentí el viento pegarme en la cara. Después le dije: “si me muero ahora, me moriría feliz”. Tan así, que hasta lo quise.

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