Esto que me pasa

Primeros Capítulos

1

Ay, Virgencita, que a mí nunca me pase. Fue lo primero que pensé cuando me enteré lo de Sabrina Edith Kurtz, tan joven y tan linda y en boca de todo el pueblo. Al final ese rostro divino, esa piel de porcelana, no le sirvió de nada… Rafael le metió las guampas y ahora ella en su casa no hace más que llorar. Seguro sueña con el vestido blanco que le encargó a mi mamá, con puntillas importadas del Paraguay y lentejuelas del color de sus ojos que Analía quería convencerla de coser sobre el pecho del vestido. Algo le habrán hecho, tiene que haber alguien detrás para justificar semejante desgracia. Yo, la verdad es que a Sabrina nunca la quise, siempre tan radiante, siempre reina del carnaval, con todos los hombres que le revolotean las alas bien de cerca, que la atienden como si no fuera de acá, como si fuera europea. Ella jamás dejó uno libre para nosotras. Igual ahora un poco de pena me da. El otro día la vi y tenía la cara hecha un mamarracho, el pelo todo enredado, los ojos hinchados de tanto llorar y la piel como quemada por las lágrimas, los cachetes bien rosados a punto de desarmarse. De ser ella, robo un arma y le vuelo los sesos a Rafael. Total, yo sé dónde mamá guarda el revólver que era de papá, dice que está en un lugar seguro, que lo guarda porque es un recuerdo, que con el arma no se juega, pero bien que un día abrí el cajón de su mesita de luz y lo único que había era un portarretratos de papá y una pistola negra como la noche. La levanté y era pesada. Me apunté con el arma en la cabeza y puse mi dedo en el gatillo. Se sentía frío, helado. Cerré los ojos y la solté. Dejé todo como estaba. Tenía miedo de que mamá se diera cuenta de que sabía de su escondite y la guardara en otro lado. La cuestión es que al final todos mienten, mi mamá, Rafael, y también Sabrina, que una semana antes en el baile le dijo a todo el mundo que estaban a un paso de casarse, a un pasito nomás. Por suerte yo nunca dije nada, y por suerte también Juan a mí me quiere bien. El otro día, cuando nos reíamos de Sabrina, me dijo te juro por todos los santos que jamás te voy a engañar.

2

El cielo está cargado de lluvia pero parece que no se larga. Todo gris arriba. Todavía se habla de lo que le pasó a Sabrina. Yo estuve todo el día en la Capilla trabajando, porque el fin de semana entraron a robar y rompieron todo. No entiendo a quién le puede servir una estatua de la Virgen María como para llevársela a su casa. Y al Jesucristo lo dejaron hecho trizas. Yo junté pedacito por pedacito, pero igual me parece que no se va a poder arreglar. De tanto que anduve agachada ordenando, me raspé las rodillas. No sé cuándo vamos a poder poner las baldosas. Capaz no las pongamos nunca. Celina trajo un mantel nuevo, con bordados en hilo dorado y uvas pintadas de un púrpura fuerte. Me dijo que teníamos que colaborar todos para sacar adelante la Capilla. La miré y me pregunté si me hablaba en serio. Me salía sangre de las rodillas de tanto limpiar y Celina venía a darme indicaciones. La otra vieja forra de Azucena, la verdad es que tengo que reconocer que colaboró, se trajo un escobillón y unos baldes llenos de agua y detergente y fregó el piso hasta que quedó bien. Yo traje flores del jardín de mi casa, de las que planta mi mamá, unos pensamientos amarillos y violetas, y los puse en un jarrón donde antes estaba el Jesucito para que no quedara tan vacío. También tiré un poco de agua bendita en los baldes y mezclé todo, a ver si el de arriba se acuerda que esta es su casa y la próxima no deja entrar a esos drogones del barrio a hacer desastre.

3

Llueve como nunca. Las gotas de agua resuenan en el techo de chapa de mi cuarto. Cada tanto caen frutos del árbol de palta que tenemos en el patio. Parecen bombas pero igual no tengo miedo, ya me acostumbré. Acostada en la cama, imagino formas y dibujos en la madera podrida y llena de agua que sostiene la chapa. Últimamente ya no sé qué hacer, el agua corre por la pared y Juan dice que la va a venir a arreglar pero después siempre tiene algo que hacer. Ayer lo encontré con Damián, dice que ahora es su mejor amigo, que ya no le busca más pleito y no quiere separarse nunca más. Lo pasado pisado, dijo.

Sí, claro, cómo no.

4

Un vecino del barrio que dice que es carpintero se ofreció a tallar un Jesucristo en madera. Hace poco trajo unas maderas de Panambí así que ni los materiales necesita. Tiene todo. Yo me puse contenta porque una Iglesia no es Iglesia sin una estatua del Señor. Hablé con él y acepté su donación. Empieza a trabajar hoy mismo y dice que en tres semanas ya tiene que estar. Anda con mucho trabajo así que va a ir despacio, igual nadie nos apura, si total no hay un peso para salir a comprar nada. Además, al Padre Francisco seguro lo trasladan. Cuando me lo contó no lo podía creer, yo abría y cerraba los ojos como para despertarme de un sueño pero era real. Parece que se va a Guatemala, o a México, o a Nicaragua. La verdad ni me acuerdo pero la cosa es que se va. Me pidió que no abandone la Capilla, que siga trabajando fuerte y me ponga contenta por él, que es algo hermoso lo que le pasa. Yo lo abracé y le dije que no hay nada que me haga más feliz, pero por dentro, en ese mismo momento, me moría de pena. El Padre Francisco se va, y con él se van los sueños de la extensión de la escuelita que levantamos gracias a todos los ladrillos y el cemento que él consiguió. Es una lástima para los chicos. Lo pienso y no puedo dejar de llorar, debe ser que al Padre Francisco le gustará dejarnos huérfanos. Mamá también está triste, todo el barrio está triste, pero dicen que es una buena oportunidad para renovar, que necesitamos alguien más firme, alguien que no permita que unos malvivientes entren así como si nada a la Capilla a destruirlo todo. Yo no lo comparto, no quiero ningún cambio. Si volviera el tiempo atrás le diría al Padre Francisco que no me hace feliz, que es un egoísta y que mejor se vaya lejos y no vuelva más.

5

Llegué a casa y en la mesa del living encontré una caja blanca cerrada con un lazo bordó, idéntica a las que mamá usa para entregar los vestidos de novia cuando están listos. En el pueblo la única que iba a casarse era Sabrina Edith Kurtz, así que adentro debía estar su vestido, pero como Rafael le metió las guampas y la boda se canceló, se me ocurrió que si abría la caja no era grave, total al vestido ya no lo iba a usar. Lo hice con cuidado, porque como mamá no me había dicho que lo había terminado, no quería que se notara, no fuera cosa que se lo quisiera vender a otra clienta. El vestido estaba ahí, perfectamente doblado y envuelto en papel celofán. Lo levanté, me lo apoyé sobre el cuerpo y me di cuenta de que era de mi tamaño, así que me saqué la ropa, me descalcé para no ensuciar y me lo probé. El vestido era blanco con apliques celestes, y como no tenía tiritas me hacía resaltar las tetas. La tela era brillosa y suave al tacto. A la altura de la cintura comenzaban las lentejuelas celestes que dibujaban pequeñas flores con óvalos de mostacillas plateadas, y abajo de la cintura el vestido se abría en campana. Salí al patio a cortar un jazmín, después busqué un retazo de tul blanco y me lo colgué del pelo con un invisible. Frente al espejo, me miraba y no podía creer lo bien que me veía. Me imaginé al entrar a la Capilla de la mano de mamá, a Juan y al Padre Francisco parados uno al lado del otro en el altar, a Betiana con los anillos, a Azucena y Celina en el coro, y al resto del pueblo afuera con las manos llenas de arroz y pétalos de rosas para tirarnos, pero después pensé que mejor sería que papá no nos hubiese abandonado, así al altar me lleva él y no mamá, porque yo quiero una boda como la de cualquiera y las mujeres no te llevan al altar. Además, nunca voy a entender por qué papá eligió irse con su otra familia en vez de quedarse con nosotras, que fuimos las primeras y que siempre estuvimos ahí para él… si el día en que nos enteramos de que andaba con otra con la que hasta tenía hijos y todo, mamá le sacó su pistola y lo amenazó con volarle los sesos pero después se arrepintió y le dijo bien clarito que lo perdonaba a cambio de que él se quedara. Pero así y todo papá agarró su maletín azul petróleo, pegó un portazo y nunca más lo volví a ver ni nada.

Pensar en todo eso me puso triste, así que me tiré en la cama, me largué a llorar y después me quedé dormida. Al rato llegó mamá y me despertó con el grito en el cielo porque había arrugado el vestido de novia de Sabrina, que aunque ya no lo iba a poder usar, igual era de ella porque lo había pagado.

6

Hace cinco días que no veo a Juan. Me dijo que iba a Encarnación a hacer unos trámites y no volvió, yo comienzo a preocuparme, aunque en el fondo sé que sin mí mucho no va a aguantar. Capaz se quedó sin plata y está buscando alguna changa para comprar el pasaje. Por las dudas, prendí una vela y pedí por él, porque nunca estuvimos tanto tiempo sin vernos. ¿Y si tuvo un accidente y la gente no me puede ubicar? Ahora que lo pienso, el teléfono no suena hace rato, capaz hay algún problema en la línea y ni me enteré. ¡Ay, por favor que no esté en un hospital!, a Juan siempre le dieron impresión los hospitales, esa gente enferma con la piel podrida y las heridas a punto de explotar de tanto pus, qué asco, ni me imagino. Ay, Virgencita, protegémelo… Betiana dice que vayamos a ver a la curandera del Sur Argentino, que es famosa. Me acuerdo una vez que pasé por ahí. Había una cola enorme de autos, todos caros, igualitos a esos que usan en la Municipalidad. Ella cree que la curandera va a saber decirme qué hacer, pero la verdad es que a mí toda esa cosa de brujerías me parece pura cháchara. Mirá si va a adivinar qué le pasó a Juan. Prefiero imprimir una foto de él y pegarla por el pueblo, cosa que si alguien lo ve pueda avisarme rápido. A Juan todos lo conocen, pero no por eso tienen que saber que hace rato no vuelve. Igual todavía no me decido qué foto poner. Pensé en esa en la que estamos juntos en el arroyo, así estoy yo también. La foto es muy linda, y me trae recuerdos que me hacen sonreír. Esa tarde después del arroyo, Juan me llevó a caminar por el monte, me dijo que quería mostrarme algo que me iba a encantar. Yo le hice caso y lo seguí, con mi remerita roja que me queda tan bien y una pollera por encima de las rodillas, la parte de la cola y las tetas mojadas por la malla que todavía no se me había secado. Juan abrió paso con su machete hasta que se dio vuelta y me dijo llegamos. Yo miré para todos lados a ver si encontraba algo pero no había nada más que capuera. Ahí me enojé, le dije que era un tarado y me di vuelta como para volver, pero él me agarró fuerte del brazo y me tiró contra un árbol. Yo le dije tratame despacio, qué te creés. Él me metió la mano entre las piernas y me levantó la pollera. Yo le supliqué, pará, pará, le decía, no seas bruto, le decía, pero él no me escuchaba y me seguía besando. En un momento lo empujé fuerte y casi se cae, pero volvió como una fiera y me apretó fuerte las tetas, parecía que quería exprimírmelas. Yo todavía le decía que era un bruto pero la verdad es que por dentro me estaba quemando, quería que me rompiera toda, y cuanto más le decía que no, más fuerte me empujaba. Se sacó el pantalón y me bajó la bombacha. Ahí me puse nerviosa porque no sabía bien qué hacer pero Juan me dijo tranquila, no pasa nada, va a entrar despacito… Yo sentí un ardor profundo pero lo veía a Juan moverse con tantas ganas que no quise decirle nada. A pesar de que me sangraba mucho, me aguanté como una señorita