Calles de tierra roja levantan un polvo que, suspendido en el aire, se confunde con la niebla. Un pequeño barrio de viviendas celestes, un tractor fuera de funcionamiento; gallinas, perros y caballos de ojos negros y cabellera marrón que pastan delicados y en silencio. Una casa de material sin terminar; junto a ella, un montículo de arena y ladrillos huecos. De una soga cuelgan sábanas, toallas, medias y ropa de toda una familia, telas que se balancean apenas por una brisa que cada tanto surge y se aplaca. Una orquesta de grillos, la cancha de fútbol iluminada por la luna llena de abril, el césped recién cortado y mojado de humedad. El croar de las ranas agazapadas en el zanjón, la casa de Doña Neli, un cartel de “hay hielo”, sillas de plástico apiladas y luces apagadas. En esta zona las casas tienen galerías frontales: de día se sacan silletas y se toma mate, pero ahora, ya de noche, son el refugio perfecto para tumbaolla sin hogar. Antenas de Directv, la fábrica, el rincón del curandero lleno de madera y hierros oxidados, la ferretería, los mosquitos.

De madrugada, Cerro Corá se divide entre los que se divierten en el Tinglado y los que duermen, aunque sucede que esta noche, fuera de la bailanta, alguien está despierto en la Comisaría. Se trata del Oficial Kurtz, un joven de veintitrés años recién recibido y trasladado al pueblo, que toma café y cabecea frente a un antiguo escritorio. Es su primera guardia, y si está solo es porque sus compañeros lo dejaron para que se ganara el derecho de piso, aunque también le aclararon que iba a aburrirse de tanto papar moscas, porque en Cerro Corá nunca pasa nada. 

Las paredes de la Comisaría están carcomidas por el moho. Se escucha una radio paraguaya de fondo, muy bajo, algo casi imperceptible. De repente suena el teléfono y Kurtz, sobresaltado, se vuelca el café en el uniforme. Sin decir nada levanta el tubo y escucha. Se lo ve tenso. Luego de cortar el teléfono, abre el cajón del escritorio, toma su placa, se acomoda la cachiporra y corre al patrullero. Con las manos aferradas al volante, observa el medidor de combustible, en rojo. Arranca el motor y, contra todo pronóstico, sale a la ruta hasta perderse en la niebla.

En la noche espesa y silenciosa, por primera vez en muchos años el Tinglado apagó la música antes del amanecer. Al llegar a la entrada Kurtz estaciona, y a través del parabrisas ve que la enfermera del pueblo intenta reanimar a una chica de quince o dieciséis años, con el labio partido y una herida en la frente; junto a ella, un chico se toca la nariz, torcida y sangrante. El Oficial saca un bloc de notas del bolsillo y ve que no trae lapicera; abre la guantera y toma una pequeña grabadora de voz analógica.

El medidor de combustible titila. Desde la oscuridad de los pastizales, un buey instala en el aire un grave berrido. Con las luces azules del patrullero que iluminan la escena, Kurtz apaga el motor y respira hondo.

 

Testimonio N°1 – Sta. Azucena del Río – Cassette Lado A

 

Yo le dije que no se metiera pero no me hizo caso y se metió. La pobrecita ligó un botellazo en la cara y, mire usté, le partió el labio. Egidio también le pegó un bife, o eso dicen, pero yo eso no lo vi porque justo me fui al baño, pero lo creo porque Egidio siempre fue mano suelta, aunque pegarle a Viviana justo cuando ella salta a defenderlo… Eso sí está mal, eso no se perdona, se condena. 

La riña empezó porque Egidio se metió con Analía, la de la peluquería de ahí a la vuelta de lo de Doña Neli, que anda a los besos con Salomón pero después dice que no son novios ni nada, así que bastante rapidita la peluquera… Rapidita y viva, porque cuando Egidio le gritó guampudo a Salomón, ella fue la primera en largarse a correr. Bomba de humo, vaya una a saber a dónde se fue… 

La gente armó un círculo y en el medio quedó Salomón, que se arremangó esa camisa blanca a rayitas celestes que lleva puesta y después tiró al aire la primera trompada, que le acertó a Egidio en la nariz pero el que se manchó la camisa fue el mismo Salomón, y eso sí que no sale, ya le digo yo, que si sabré de manchas… Si no la remojan ahora, alpiste, perdiste… Y con el lío que hay, yo no creo que vayan a llegar a tiempo… 

Yo quería ver la pelea, como todos, pero la verdad es que me hacía pis encima, así que salí. Como para el baño siempre hay cola, acostumbro a usar vestido, ¿sabe?, así que crucé la ruta y me bajé la bombacha… Dicen que fue ahí cuando la Viviana se metió a separarlos y gritaba: ¡paren, animales, que se van a matar!, ¡paren!, y mientras decía eso, ¡PUM!, un derechazo de Egidio la dejó estúpida, y después, ¡PUM!, un botellazo voló por el aire y le aterrizó en la cara. Viviana cayó y la cabeza le rebotó varias veces contra el cemento. Eso me dijeron, porque yo llegué justito después, con el patovica, pero bueno, los patovas siempre llegan cuando la mierda ya pasó…

 

Testimonio N°2 – Sr. Roberto Sánchez – Cassette Lado A

 

Estábamos meta baile con lo vago, meta vino y porquerías, cuando Salomón empujó a Egidio. Fue de puro caú, pero Egidio es de pocas pulgas y se la devolvió; ahí fue que Salomón se arremangó la camisa y de una piña le partió el tabique, como para que le quede claro. Carlos cortó la música pero lo vago, re loco, se pusieron a cantar “piña va, piña viene, los muchachos se entretienen…”.   

Viviana trató de meterse, que es lo que no hay que hacer: meterse. Egidio la agarró del brazo y se puso adelante pa defenderla, pero no va que justo revolean al aire una botella.

Pudo ser cualquiera, Analía, Viviana, la Negra, Axel, Betiana, Alejandro, Sabrina, el Juli, Esteban, Luciano, el Bichi, Marquitos, Kevin, el Enano… yo no sé quién fue, estaba oscuro. Como la guaina no reaccionaba, Salomón se asustó y dijo que no quería lastimarla…

 

Testimonio N°3 – Sta. Analía Horrisberger – Cassette Lado A

 

Disculpe, Señor Oficial, pero no puedo ayudarlo. Cuando empezó la riña me asusté porque eso nunca termina bien, pero ver no vi nada… Bueno, salvo cuando Azucena empujó a la pobrecita de Viviana al centro de la pista. Eso sí vi, se lo juro por mi abuela Tita, que en paz descanse… Y ojalá pudiera decirle más.

A Azucena, Viviana nunca le cayó bien, ¿sabía?

 

Testimonio N°4 – Sr. Egidio Méndez – Cassette Lado A

 

Yo estaba bailando de lo más tranquilo y de pronto me dieron un empujón que casi me caigo al piso. Así, sin más. ¿Qué iba a hacer? Me defendí. Igual Salomón será un guampudo de mierda, pero cobarde no es, ¿para qué le voy a mentir? Me pegó de frente, como un hombre. 

Vivi se metió a separarnos y ahí se pudrió todo… ¿Ya le avisaron a mi vieja? Se va a pegar alto julepe… Igual Viviana se va a recuperar, porque no fue grave ¿no? 

¿Cómo le voy a pegar a mi hermana? ¿Me toma el pelo?

Con Salomón íbamos a darnos mano a mano, como tiene que ser, pero ahí fue que un hijo puta tiró una botella.

Cuando sepa quién fue, le juro que lo mato.

Es que no entiendo por qué no me deja ir, si yo no tengo nada que ver. ¿No me ve la nariz rota o es ciego?

Yo a Vivi la amo, usté no sabe lo que es esa gurisa. De chiquitos parecíamos los dos mandados a hacer para las macanas… Una vez le robé el aire comprimido al viejo, tendría yo unos seis, siete años, pero me acuerdo como si fuera ayer. Le exploté los vidrios a la municipalidad, y el viejo cuando se enteró me dio con la guacha un buen rato. Fue Vivi la que lo hizo parar, me defendió, le dijo que era idea de ella… Eso para que vea lo bien que nos llevamos… Y a ella el viejo ni la tocó, es su debilidad, se muere por la Vivi… Cuando se entere se va a poner como loco, va a pensar que fue culpa mía… 

Le juro que yo solo vine a bailar, como todos los fines de semana, porque tampoco es que acá en el pueblo haya otra cosa para hacer… Yo no quería bardo, soy buen pibe… Le corto el pasto a Doña Neli, pregúntele por mí, dele, va a ver que solo tiene cosas buenas para decir… Y con Salomón nada, ya está… Ya vamos a arreglar las cosas pero entre nosotros, de hombre a hombre… 

¿Está bien Vivi?

¿Entonces fue culpa mía?

 

Testimonio N°5 – Sr. Salomón Pereira – Cassette Lado B

 

El que empezó todo fue Egidio, yo no hice nada… Bueno, sí, a él le pegué una piña, pero nada más. Defensa propia le dicen, ¿sabe?

Fui yo solo, anote eso. No había nadie conmigo, Alejandro no estaba.

¿Alejandro? Mi mejor amigo, el Pela le decimos, ¿no le conoce? Es el hijo del Intendente… 

No, eso no lo anote. No anote nada, si le digo que él no estaba. Creo que justo fue al baño. 

No, no sé de dónde vino el botellazo… Igual la Viviana ¿para qué se anda metiendo?

¿Qué es lo que anota?

Estoy tranquilo.

Sí, ahí fue cuando el Coki se abrió paso entre la gente y se llevó arrastrada a la Vivi. 

Ya sé lo que usted hace y está mal, porque yo soy menor y mis viejos no están. Además, no fue mi culpa, ya le dije, yo solo me la agarré con el Egidio.

Deje de anotar, le digo.

¿Usted sabe quién soy?

 

Testimonio N°6 – Sr. Carlos Skulimoski – Cassette Lado B

 

Son cosas de chicos, mejor no te metás.

La noche venía bien. A veces se pelean, sí, pero es normal, se chupan y se desconocen. Una vez se agarraron a machetazos, imaginate. Yo los separé como pude. A uno le tajearon la cara, pero no eran de acá… Acá es tranquilo, nunca pasa nada…

No, yo de Alejandro no hablo. 

Vos porque sos nuevo.

Igual los que se agarraron fueron Egidio y Salomón. Yo nunca los había visto así… Pero por una guaina uno pierde el marote… ¿Vos viste lo que está la Analía?

El personal de seguridad estaba en la puerta, debe haberse demorado en entrar nada más. Se llama Coki, buen pibe, es huérfano el pobre. A él no lo jodas.

Mirá… Oficial… ¿Kurtz dice? Acá tenemos todo en regla, si no, preguntale a Acosta.

Sí, ya sé que Acosta es el papá de Alejandro, pero también es el que maneja todo acá y el gurí no tuvo nada que ver.

Puede ser que le haya dado una propina al Coki, pero por ayudarle, si ese es un muerto de hambre… 

Ya te dije, son cosas de chicos, no te metás.

 

Testimonio N°6 – Sta. Betiana Tacone – Cassette Lado B

 

Soy amiga de Viviana, la mejor amiga, somos como primas, más que primas, como hermanas somos… Nos criamos juntas y sabemos todo una de la otra. 

Pasa que Viviana estaba saliendo con Alejandro pero le cortó y el imbécil no lo pudo soportar. Día y noche le mandaba mensajito. Se lo juro, le iba a buscar a la casa, la perseguía, si yo le ví. Aparte a mí Vivi me cuenta todo. 

La semana pasada él le dijo que más vale se arrepienta y vuelvan o la iba a pasar bien mal. Viviana se largó a llorar y él le dijo que no se olvide que ella era una mosquita muerta y que ni se le ocurra abrir el pico porque se arma, que su papá iba a ponerle a toda la familia de patitas en la calle y se iban a quedar sin nada…

Por eso Viviana no quería venir, pero como a mí me gusta Robertito la convencí… Así que sí, para mí lo de Alejandro fue planeado, seguro. Le pidió a Salomón que armara bardo como excusa, si Salomón siempre fue un pan de Dios… Y del Egidio ni te hablo, si no me enamoro de él es porque con Vivi hicimos un pacto: con los hermanos de la otra no… 

Yo le vi al Pela apuntarle a Vivi con la botella. Estaba como ido.

Igual por favor no diga que fui yo la que le contó.

 

Testimonio N°7 – Sta. Blanca Wall – Cassette Lado B

 

Yo no creo que anduvieran juntos. Si Alejandro puede elegir a la que quiera del pueblo, ¿por qué va a andar con la Viviana? Nada que ver… Igual lo ví tirar la botella, pero seguro le apuntó a Egidio.

Yo llamé a la Policía, sí. Viviana será lo que será, pero estaba inconsciente y con la cara toda reventada.

 

El Oficial Kurtz apaga la grabadora y se desabotona el cuello de la camisa. Está sentado en una sala de interrogatorios improvisada en el depósito del Tinglado. Un tubo frío ilumina el espacio. Hay cajas, botellas, sillas apiladas y una pequeña ventana rectangular con mosquitero. Las baldosas transpiran casi tanto como Kurtz, que se levanta y sale.

 

—Don Carlos —dice y pasea la mirada por el local—. ¿Alejandro…?

—Mejor no armar quilombo, ya te dije ya…

 

Un grupo de chicos espera en la puerta, y Kurtz se acerca decidido a preguntar:

 

—¿Dónde está Alejandro?

 

Nadie se anima a hablar, pero de entre la gente sale Betiana con la mirada gacha a decir:

 

—Perdón, Oficial, me equivoqué.

—¿Qué le pasa, señorita?

—Si me puede tomar declaración…

—¿De nuevo?

—Le mentí, por los nervios…

 

Se levanta un cuchicheo. Salomón, parado junto a Betiana, la toma del brazo; ella da un paso al frente justo cuando Acosta entra al Tinglado y se hace silencio. Carlos sale de atrás de la barra para saludar:

 

—Bienvenido, Intendente… 

 

Acosta mira a los chicos y les sonríe:

 

—Vamos para casa… Qué van a decir sus mamás, que andan yirando hasta quién sabe qué hora… Vamos.

 

Kurtz, confundido, se adelanta a cortarles el paso. Con voz temblorosa dice:

 

—No se pueden ir.

—¿Cómo que no, Oficial?

—Tengo que tomarles los datos, y su hijo tiene que acompañarme a la comisaría.

 

Acosta lo ignora y le repite a los chicos que vayan a sus casas. Los chicos agradecen y salen en fila, como soldados. Betiana mira al Oficial Kurtz con los ojos vidriosos, y después sigue a los demás. 

 

—A la chiquita esta ya la trasladé a Posadas… Todavía no se despertó, pero usted no se preocupe que los gastos están cubiertos, va a estar bien atendida… —Kurtz lo mira sin decir una palabra—, pobre guaina… qué culpa tiene de emborracharse hasta dársela contra el piso… Pero las chicas hoy en día no tienen educación, ¿vio? Con toda esta cosa de la libertad, los derechos y no sé qué cuento… La juventud está perdida… Pero para eso estamos nosotros, para arreglar las cosas.

 

Acosta le da al Oficial Kurtz una pequeña palmada en el hombro, pero de inmediato lo agarra con fuerza y le dice:

 

—La noche terminó… ¿Usted no está cansado, Oficial?

—Estoy bien.

—Es su primera guardia, ¿no?

—Sí.

—¿Y los muchachos le dejaron solo? Son bravos eh…

—Estoy bien.

—Mejor vaya a su casa, descanse… 

—Cuando termine —responde Kurtz y con eso Acosta suelta una carcajada.

—No se preocupe, hombre, que yo ya hablé con sus superiores…

 

Con la presión de la mano del Intendente sobre el hombro, Kurtz intenta echarse hacia atrás, pero Acosta lo sujeta.

 

—Son cosas de chicos, ¿sabe? 

 

Los ventiladores de techo están al máximo y aún así hace calor. Carlos repasa la barra con un trapo húmedo y roto. Sin soltar a Kurtz, Acosta se gira hacia él y pega un grito:

 

—¡Marche un trago acá para el Oficial!

 

Carlos prepara un vaso de ginebra con hielo, y con un gesto de cabeza Acosta invita al Oficial a sentarse. 

 

—No querrá hacer enojar al Comisario…

 

Kurtz mira al Intendente, y después obedece arrastrando los pies; se saca la placa del bolsillo y la apoya en la barra. Acosta saluda a Carlos con un fuerte apretón de manos y se retira. 

 

La luz de la mañana entra a través de los ventanales. Suena música gaúcha y el Oficial Kurtz ya duerme con la boca abierta mientras una mujer baldea sangre, vidrios rotos y mugre acumulada. 

 

 

 

*Cuento publicado en: El Arte de la violencia, Colección Transmedia Núm. 3

**El tercer número de la colección Laboratorio Transmedia (ISSN: 2794-0861) contiene trece relatos escritos durante el curso 2021/2022 por estudiantes del Máster universitario en Escritura Creativa de la Universidad Complutense de Madrid.

***Puedes descargar el libro completo y gratuito en el siguiente link: https://docta.ucm.es/entities/publication/154cb9dd-4c58-43c8-acef-a7385b67c1d9

 

Portada: Carlo Amado