Desafíos ante la persistencia del odio: Reflexiones sobre la Violencia hacia las mujeres y la comunidad LGBTIQ+ en una Argentina actualmente dominada por la ultraderecha. 

En mayo de este año Manuel Lozano, director de la Fundación Sí, dijo en el programa radial Urbana: “En cada uno de mis cumpleaños, de todos los que me acuerdo, uno de mis tres deseos era pedir por favor no ser gay”. También contó que el primer psicólogo al que él se animó a decírselo, durante cien días le mandó un correo en el que le explicaba cómo suicidarse; su familia también lo rechazó, y hasta mudaron a su hermana de ciudad. El relato de la experiencia de Lozano llegó en respuesta a los dichos de Nicolás Márquez, autor de la biografía del presidente de la Argentina Javier Milei, quien también en un programa radial, en este caso Radio con vos, calificó la homosexualidad como “una conducta objetivamente insana y autodestructiva”. No fue este un hecho aislado ni casual: desde hace meses la violencia y la discriminación están, como se dice, a la orden del día. En noviembre del año pasado, por ejemplo, el Presidente sostuvo: “Por mí que se casen con un elefante”; la canciller Diana Mondino: “Si vos preferís no bañarte y estar lleno de piojos, es tu elección”; y Carlos Rodríguez, asesor económico de Milei: “Si veo dos hombres besándose, me duele la barriga”. Además de Lozano, respondió con ironía el escritor y periodista peruano Jaime Bayly: “Cada vez que yo besaba a mi novio, al clandestino torturado o al otro, yo me estaba restando meses de vida; cada vez que nos apareábamos, nos friccionábamos, nos rozábamos, nos coludiamos estaba yo robándome meses y acaso años de vida”. Y Florencia de la V, famosa conductora argentina, escribió en el Diario Página 12: “El ser humano no nace con odio y con intolerancia a la indiferencia. Es una inversión de su esencia ser así. Las personas como Márquez son los verdaderos invertidos”. Ese aluvión en defensa de la libertad y del amor se sintió, pero más se sintió la rabia y la pena, con la noticia de que, unos días después de los dichos de Nicolás Márquez, el domingo 05 de mayo, pasadas las 23:30 hs, un hombre llamado Justo Fernando Barrientos tiraba un explosivo casero en la habitación de un hotel donde dormían dos parejas de mujeres. El hecho terminó en un triple lesbicidio que se llevó la vida de Pamela Cobas, Roxana Figueroa y Andrea Amarante, que no pudieron escapar de las llamas porque el agresor había bloqueado la puerta de salida. Sofía Castro Riglos, única sobreviviente, sufrió lesiones y debió ser internada en el Hospital del Quemado. Una semana después Manuel Adorni, vocero presidencial, twitteó una captura de la Real Academia Española: “La palabra lesbicidio no está registrada en el diccionario”, y a fin de mes, en la entrega de los Premios Gardel, la artista Lali Espósito respondió: “pero está en la calle, está en la vida real de mucha gente (…) no nos acostumbremos a escuchar estas historias (…) porque es la vida de nuestros amigos, de nuestros amores”. 

Hoy el triple lesbicidio ya dejó de ser noticia y escribir sobre él parece antiguo, desfasado, inútil, sin sentido. Tampoco hay marchas para exigir al gobierno de turno que no desfinancie los programas para combatir las violencias de género. No hay escándalo fuera de pequeños grupos, arraigados en la militancia o en el dolor. Las luchas se abandonan y se acumulan. La vida sigue y la ultraderecha se abre paso en el mundo; entra a nuestros trabajos, circula por las calles, escribe en los pizarrones, se sienta a comer en nuestra mesa.

Lo que aquí escribo podrá publicarse y compartirse, pero es seguro que también se desvanecerá mañana, y cuando haya otro crimen que luego quedará viejo. Entonces me pregunto: ¿Cuántas respuestas más faltarán para combatir el odio? ¿Cuántos e-mails habrá que enviar para que se olviden cien? ¿Cuáles serán nuestros deseos de cumpleaños… nuestras instrucciones para vivir y para amar? ¿Y cómo haremos para reponer cuando reponer es imposible?