El paisaje viaja a gran velocidad a través de la ventanilla empañada. No alcanzo a congelar la flor en la retina, ni en la memoria, ni en la palabra. Vuelvo a la casa de la Ruta 213. Tengo los pies embarrados y las manos de arcilla. Después, lloro como esos chaparrones de verano. No quiero dormir en casa de Pipi. El marido de Pipi me mira y yo lo miro a través del vidrio trasero del Citroën blanco de mamá. Tengo los pies fríos y las manos de tinta.