Camino ciudades por las que alguna vez caminamos juntos, busco re habitar espacios, mirarlos de nuevo (y como si fueran nuevos), aprensar, olvidar, dejarme pillar por el asombro y la curiosidad. Hoy el cielo está encapotado y hace un grado bajo cero, o dos. Quiero ir ahí a donde no me dejaste, porque vos ya lo habías visto, porque para qué, porque no vale la pena, porque conozco algo mejor. No sé leer el mapa y no tengo sentido de la orientación, pero no me importa; por una vez, confío y estoy segura de que voy a llegar. Me envuelvo en la bufanda, me cierro la campera y me pongo la capucha. Empieza a gotear. Me arrepiento de haber regalado mis guantes. Con la poca señal que tengo, me paro frente a un monopatín eléctrico y lo alquilo. Nunca manejé uno. Consigo hacerlo andar y tomo velocidad (toda la velocidad que se puede). Aguanieve en el rostro y un viento que parece tajarme la piel me recuerdan que todavía estoy viva… y que allá voy.
Diego Armando Maradona metió un gol que vi pintado en una pared de la Paternal cerca de la cancha que todavía arde de bombos, redoblantes y papelitos de colores.
Mi viejo se largó a llorar con el primero y yo grité con Coria a los setenta y siete El humo inundaba el aire y las tribunas ¡Vení, vení! ¡cantá conmigo…!
Poetas del caño escribieron el césped ¡Vamos el Bicho que tenés que ganar! Y cuando el árbitro pitó, me olvidé de todo ¿Quién dijo que las pasiones no cambian?
Caminé un largo rato hasta llegar al puerto. Me senté a pocos metros de un chico que cantaba flamenco bajo la sombra de un árbol. A su lado, un perro negro azabache con un pañuelo rojo al cuello. Los miré y el perro corrió hacia mí para que lo acariciara. Me di cuenta de que le faltaba una oreja. Dos turistas se pararon frente al músico, sonrieron, tomaron algunas fotos, se susurraron algo al oído, y después, en un español difícil de entender, le pidieron que tocara una canción. Deben haberla traducido en el móvil porque se lo acercaron para que lo leyera. “Esa no me la sé”, respondió el chico con una sonrisa. Los turistas, que antes disfrutaban del espectáculo callejero, ahora se marchaban desilusionados. El perro se alejó de mí y empezó a ladrarles. Intercambié una mirada cómplice con el músico que volvió a rasgar la guitarra.
El paisaje viaja a gran velocidad a través de la ventanilla empañada. No alcanzo a congelar la flor en la retina, ni en la memoria, ni en la palabra. Vuelvo a la casa de la Ruta 213. Tengo los pies embarrados y las manos de arcilla. Después, lloro como esos chaparrones de verano. No quiero dormir en casa de Pipi. El marido de Pipi me mira y yo lo miro a través del vidrio trasero del Citroën blanco de mamá. Tengo los pies fríos y las manos de tinta.
Recorro Chacarita hasta llegar a Paternal arriba de la línea 44, paso por la misma esquina de siempre, esa que tiene pintado un mural de Argentinos Juniors y que me hace acordar a mi papá. Cuando lo miro me pregunto cómo no soy del bicho, y me vuelvo loca intentando recordar el momento exacto en el que dije: papá, yo soy bostera… Pienso que tal vez fue culpa de mi madrina, o de sus hijos, o de mi tío Lucho, o de Franchesca… Mi papá dice que él tampoco se acuerda, que cuando yo estaba cerca de cumplir los ocho años un día lo senté y le dije: quiero un festejo azul y oro; y que desde entonces, él también se pregunta cuándo fue el momento exacto en el que me volví bostera. Para no contrariarme, y como soy la más chica y la más mimada, se tragó todos los peros y me hizo caso: un salón lleno de globos azul y oro, una torta azul y oro y muchos souvenirs azul y oro. Cuando terminó todo yo junté los paquetes envueltos en moños y en casa los abrí uno por uno en presencia de mi papá, que si bien no podía creer que los regalos también eran azul y oro, lo que en el fondo no podía entender era cómo todo el mundo sabía que yo era bostera y él recién se acababa de enterar. Ese año recibí: una alcancía azul y oro, una bufanda azul y oro, una gorra de lana azul y oro, un banderín azul y oro, una bombacha azul y oro, y una camiseta azul y oro que era imitación, pero que a mí no me importó porque igual nunca había tenido una camiseta y ahora por fin iba a poder ponérmela cuando visitara a mi tío Lucho; porque mamá sí está segura de quién tiene la culpa, mamá está segura que yo soy bostera por mi tío Lucho, tan segura que hasta lo jura por diosito y por toda la Bombonera… Y mientras pienso, me acuerdo del día en que Argentinos Juniors salió campeón, de cómo papá consiguió las entradas, de cómo invitó a mi primo que era gallina y del berrinche que hice para que me lleve a mí porque no podía entender que la mejor justificación que tenía era decirme que era mujer, y porque era mujer era mejor que no fuera a la cancha, porque era un partido importante y podía haber quilombo, y si había quilombo era mejor que fuera hombre y no mujer; pero yo lloré tanto que lo obligué a cambiar de opinión y no le quedó otra que decirle a mi primo que no, que no iba a poder llevarlo, que mejor lo dejaran para una próxima vez… Me acuerdo de la concentración en la plaza, de los bombos y los redoblantes, de los sándwiches de bondiola que paramos a comer, del buzo y de la camiseta y de las tres banderas que mi papá me mandó a comprar; del bondi quedándose sin nafta y del tipo alto con la cara pintada que decía que no había que preocuparse mientras nos indicaba cómo llegar. Me acuerdo de la hinchada alentando, de las bengalas y de los papelitos de colores, de cómo lloró papá después del primer gol, de su cara de emoción y de la voz cada vez más afónica de tanto gritar. Me acuerdo de cómo festejé mientras prendían fuego la popular de enfrente, de cuando pasamos por Chimborazo y vimos la casa de la infancia de papá, de cómo corrimos cuando empezamos a escuchar el calor de la gente y del momento en que aplaudimos juntos mientras los jugadores chocaban sus pechos contra el pasto del Estadio Diego Armando Maradona… Y cuando me acuerdo de ese día, me dan ganas de volver a la cancha a pedir que el Bichi Borghi no se vaya, pero entonces me acuerdo de cuando viajamos con mamá a Oberá a visitar a mis abuelos, de cuando sonó el teléfono y yo fui a atender porque era de siesta y estaban todos durmiendo. Me acuerdo que del otro lado me hablaba mi papá que estaba en el aeropuerto de Buenos Aires, y que ahí en el aeropuerto se había encontrado con alguien y me lo quería pasar para que hable, y cuando hablé una voz me dijo “soy Román, Román Riquelme” y yo me quedé callada porque no lo podía creer, y entonces Román me dijo que quería saber cuándo me había hecho fanática de Boca Juniors, y ahí me quedé callada otra vez, pero no porque no lo podía creer si no porque no me acuerdo del momento exacto en el que me volví bostera; pero de lo que sí me acuerdo es que una vez me disfracé de futbolista, y que hay una foto mía donde llevo puesta la camiseta mangas largas del Club Argentinos Juniors que era de papá… Y pienso que si quiero ahora puedo cambiar de equipo, y que si me preguntan puedo mentir que siempre fui del bicho… y si no me creen busco la foto y se las muestro…